Que una persona cometa un crimen es hasta cierto punto comprensible. Por ejemplo si un energúmeno me golpea por la calle sin pedir perdón, podría volverme y darle la yoya que su padre no le dió en su momento debido. Y ahí me habré liado. La opción intermedia sería acercarme al chaval y decirle que se comporte cívicamente y trate de no empujar a los demás. Y la de “medio postre” es quedarme con el golpe y seguir con lo mío y no meterme en líos.
Por eso los primeros núcleos urbanos inventaron a la Policía, para poder delegar en una figura pública la función de mantener la Ley y el Orden. Dotada de “poderes” para poder cumplir con su función: alertar, prevenir, disuadir, evitar y detener, entre otras. Por eso llevan armas y esposas. Por eso van de uniforme. Por eso deben ser personas que hashtag#impongan tan solo por su presencia, como todo su material , como los vehículos policiales.
Pero la Policía – humana – interviene en asuntos entre humanos. Si una rata se mete en una casa, será otro activo o recurso el responsable de extraerla: un cepo ( no letal, amigable, con cebo medicinal) por ejemplo. Eso sucede porque la rata no va a clase – todavía- y no distingue a tu abuela de un policía.
Luego si para detener a un político, digo – perdón por el despiste – a un criminal usamos activos que no corresponden con la naturaleza humana, estaremos tratando a esos seres humanos como otra cosa.
En el mundo estatista, comunista el humano es un bien de producción que pertenece al Estado, sí, así es como ellos entienden este mundo. Por lo tanto la persona es un ente asimilable a otro activo con un valor económico similar – no hay otra forma de ponderar en un estado basado en esta ideología. Por ejemplo una lavadora.
Y en este tipo de sociedades suceden estos inventos:
Si te ves perseguido por esta pelota, puede que no seas un criminal, sino un opositor al
Régimen